lunes, 16 de enero de 2012

Oh, ¿pero qué es esto?

Yo tenía un cuchillo en las manos, en ese momento no sé qué estaba haciendo con él. Pero de pronto, algo captó toda mi atención, una cosa de color algo así como rojo, parecía que se movía hacia delante y hacia atrás, y hacía algo así como bum-bum. Yo me pregunté, oh ¿pero qué es esto? Entonces, mi curiosidad me llevó a más, me llevó a investigar. Pero, algo me frenó, escuché llorar. Y de pronto, me fijé en otra parte, vi su cara. Ahí, me di cuenta de lo qué había hecho; con ese cuchillo yo le estaba rajando el pecho. Y con toda la razón lo que estaba ante mí era su corazón; el cual debió de pertenecerme en algún momento y no fue así. Desde luego, yo quería más. No había llegado hasta ese punto para acabar así. No, desde luego que no. Obviamente quería más. Y seguía escuchando cómo lloraba, acompañado de sus gritos me llevó a mis pensamientos; creo recordar que era un lugar húmedo, oscuro y realmente lúgubre... Sí, en mi cerebro había un lugar así. Y ahí me di cuenta de todo, de porqué yo estaba en esa situación. Esa parte de mi cerebro se amplió con cada putada que él me había hecho, yo debía de hacerlo, debía de rajarle el pecho. Y ahí estaba él, tirado, gritando, oh dios... En mi poder, en mis manos. ¡Y cómo me motivaba! Y la curiosidad me llevaba a más, fui a la cocina a por lo primero que encontrara. Vi un poco de sal y fui a experimentar, corté ahí, justo en su corazón, hice una buena tajada, le eché un poco de sal y escuché que él gritaba más. Entonces supuse que escocía bastante, lo suficiente como para motivarme más y volver a la cocina a por más. Pero esta vez, cogí tabasco, me fui nuevamente a donde estaba ese cuerpo en pleno sufrimiento y desenrosqué el frasco; primero hice otro pequeño corte en el mismo sitio, en ese músculo que debió de pertenecerme y no lo hizo... ¡Rás, otra vez en el corazón! Esta vez, una pequeña punzada, con más fuerza. Y venga, ahora el tabasco. Gritaba con más fuerza e intensidad que nunca. Luego, probé, en mi tercera y última puñalada probé mezclando sal y tabasco. Os juro que fue la combinación más perfecta que pude hacer en toda mi vida, sabía algo así como a: Lágrimas, gritos e intensas súplicas. Lo hice sufrir como nunca y nunca me había sentido tan bien. Y si me preguntan si lo volvería a hacer, la respuesta es que no tardaré mucho en volver a hacerlo. Es mejor que no me den motivos, pues no necesito demasiadas razones para comer corazones. 

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